¡MATÁNDOME
SUAVEMENTE…!
MENSAJE # 47
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https://www.youtube.com/watch?v=NGCunCritnM
¿Matándome
suavemente? Y, ¿Cómo es eso?
¡Así ocurre a
veces! Asistimos a un sitio donde el cantante u orador pareciera narrar la
historia de nuestra vida con sus palabras. Quisiéramos desaparecer del lugar o
que aquello terminara y nos preguntamos: ¿Quién le contó mi vida? ¿Cuándo leyó
mis cartas? Y aquellas palabras nos hieren, revuelven, rasguñan y hacen sangrar
las entrañas reviviendo recuerdos y añoranzas, o tristezas y fracasos… Que si
¿se sufre por amor? ¡Sí!... Escrito está: “El amor es sufrido”.
En su novela
“Cárcel de Amor”, Diego de San Pedro usó símbolos para explicar el amor y cómo
somos sus prisioneros. El autor se finge perdido en la Sierra Morena y
encuentra en su caminata a un caballero de espantosa presencia, el Deseo,
llevando en una mano un escudo de acero y en la otra, una figura de mujer
grabada en piedra brillantísima, “inclinación irresistible” de la cual debe
defenderse. El Deseo va arrastrando a un
hombre hacia la cárcel de amor, fortaleza sobre una roca, construida con
piedras de Fe y Fidelidad; con pilares de Memoria, Entendimiento y Voluntad,
enmarcadas con la Razón. En su torre, la Tristeza, Congoja y Trabajo, atan al
corazón con cadenas. La silla de fuego donde sientan al prisionero, es el orden
que emana del amor. Ansia y Pasión colocan la corona de martirio en las sienes
del prisionero enamorado. De la cárcel de amor sólo podría librarlo la
muerte... El autor se
convierte en intermediario entre el prisionero Leriano y la princesa Laureola
para hablarle de las penas de amor que por ella sufre el prisionero. Le lleva
cartas de amor que al principio ella no contesta por miedo a manchar su honra y
su virtud. Finalmente ella responde las cartas, Leriano queda libre de su
cárcel de amor y va en busca de la princesa quien lo recibe con agrado. Pero
otro pretendiente de Laureola difundió rumores contra la honra de ella y presentó
al rey testigos falsos de que su hija y Leriano eran amantes. Leriano trató de
limpiar el testimonio de su amada pero el rey había creído los comentarios y
decidió dar muerte a la princesa para guardar su honor. Desesperado, Leriano enfrentó
juicios y batallas para rescatarla. Atrapó al falso testigo de los rumores,
quien confesó la mentira. El rey perdonó a la princesa pero ella, con temor de
manchar su honra y su virtud, le negó el amor a Leriano. Desesperado por no tener
el amor de Laureola, él rompió las cartas de su amada, hizo con ellas una
bebida, se la tomó y se dejó morir de
inanición, en una muerte lenta… ¡Leriano, prisionero de la “cárcel de amor”,
fue víctima del ansia, la angustia, la tristeza y la soledad que lo llevaron a
la muerte!...
“Cárcel de
amor” es una novela didáctica y alegórica escrita hace seis siglos, la cual
bien vale la pena leer y meditar en su
moraleja. Pero ¿Por qué será que el intelecto riñe muchas veces con la humildad?
Y mientras más estudio y preparación tenemos, creemos saberlo todo y, “nos
norteamos”, como dicen en México, los norteños que cruzan el Río Bravo, cuando se
desvían del objetivo o se pierden en el camino. El mundo, públicamente: acepta,
imita, divulga y hasta premia lo escrito o dicho por cualquiera pero,
tristemente, ni cree realmente, ni acepta con facilidad, lo expuesto en la Palabra
de Dios. Y hacemos como Pedro cuando escuchó: “Este es uno de ellos y habla
como ellos”; y respondió rápidamente: “No lo conozco, no soy uno de ellos”... ¡Nos
hacemos los disimulados!
Jesús dio su
vida “públicamente” por la humanidad.
¡“Públicamente” también, Pedro lo negó!... ¿Y nosotros? “Públicamente” lo
negamos cada vez que actuamos en desobediencia y afrenta a su palabra y a sus
mandamientos; y al callar, haciéndonos de “la vista gorda” frente a lo malo… ¡Verde
es verde; y rojo, rojo! “Lo malo” no deja de ser “malo” ni porque yo le llame
“bueno” ni porque me excuse de lo que hago, porque aquello me agrada o me
conviene. ¡No debo llamar “bueno”, a lo que es “malo” ante los ojos de Dios! ¡No!
¡Nadie debe hacerlo!
“No os
engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso
también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción;
más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” (Gálatas
6:7 y 8)
A veces, como
Pedro, cobardemente apartamos la mirada del Maestro y de su ley, para quedar
bien con nosotros mismos, con nuestras amistades o con el mundo. Y cantamos como
Sinatra: “matándome lentamente”. Sin ver que con nuestros actos matamos
públicamente, una y otra vez al Cristo que vino a salvarnos y a darnos vida
eterna. ¡Es tiempo de abrir los ojos!
Dios dice: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo,
y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que
todo tu cuerpo sea echado al infierno”. (Mateo 5:29)
Y así hay quienes
hablan del infierno como si éste fuera un cuento de mentirita cuando debemos
pedir: ¡Dios, ayúdame con mis ojos y con todo mi cuerpo! ¡Líbrame de tentación!..
¡Conozco tu
amor y tu palabra y pongo mis manos en el arado para llevar tu verdad al mundo!
¡Viniste a buscar al perdido!...Entonces Señor, ¡Encuéntrame! ¡Sé mi compañero
en el camino y ayúdame a llegar! https://www.youtube.com/watch?v=325zdydOaIs
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